Aviso
de derrumbe.
Byung-Chul
Han, pensador coreano afincado en Berlín, es la nueva estrella de la filosofía alemana.
La asfixiante competencia laboral, el exhibicionismo digital y la falaz demanda
de transparencia política son los males contemporáneos que analiza en su
obra.
FRANCESC
ARROYO 22 MAR 2014 - 00:00 CET27
No es
extraño que Alemania, el país que ha producido mentes como las de
Kant, Hegel, Nietzsche o Marx, tenga devoción por la
filosofía, lo inusual es que la nueva revelación del pensamiento alemán —tronco
inevitable del pensamiento occidental moderno— sea un autor oriental que cuando
era un treintañero cambió Corea del Sur por Europa. Hoy los libros de
ese autor, Byung-Chul Han, son prestigiosos superventas en un país que todavía
discute apasionadamente a sus filósofos vivos, sean Jürgen
Habermas, Peter Sloterdijk o Richard David Precht. Han ya es uno
de ellos.
Byung-Chul
Han nació en 1959 en Seúl y allí estudió metalurgia, pero pronto llegó a la
conclusión de que con aquello no iba a ninguna parte. La carrera ni siquiera le
interesaba. Decidió instalarse en Alemania y estudiar literatura, aunque acabó
interesado en la filosofía. En 1994 se doctoró por la Universidad de Múnich con
una tesis sobre Martin Heidegger y poco después se estrenó como
profesor universitario tras haber obtenido la habilitación en Basilea.
Actualmente enseña Filosofía en la Universidad de las Artes de Berlín después
de ejercer en la Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe al lado de Sloterdijk,
que no ha evitado polemizar con el que muchos consideran su sucesor en el
trono simbólico de la filosofía germana.
En los
últimos meses se han publicado en España dos libros de Han —La sociedad
del cansancio y La sociedad de la transparencia—, en abril aparecerá
un tercero —La agonía de Eros (en la editorial Herder, como los
anteriores)— y varios más serán traducidos pronto. En ellos analiza los males
del presente: el hombre contemporáneo, sostiene el filósofo, ya no sufre de
ataques virales procedentes del exterior; se corroe a sí mismo entregado a la
búsqueda del éxito. Un recorrido narcisista hacia la nada que lo agota y lo
aboca a la depresión. Es la consecuencia insana de rechazar la existencia del
otro, de no asumir que el otro es la raíz de todas nuestras esperanzas. Más
aún, solo el otro da pie al eros y es precisamente el eros el que genera el
conocimiento.
La
entrevista se celebra en el Café Liebling, situado en la berlinesa
Raumerstrasse, en Prenzlauer Berg, un barrio que ha pasado en poco tiempo de
bohemio a aposentado. Suena una música ambiental suave que los camareros no
tienen problema en suavizar aún más para evitar interferencias en la grabación
de la charla. Han es puntual a la cita. Se sienta y pide café. La primera
pregunta es sobre la relación directa que él establece entre el eros y el
pensamiento. Mira al entrevistador, se mira las manos, se mesa el cabello,
calla. Al cabo de unos segundos empieza a hablar: “Creo que para responder a
eso necesitaría antes pensar durante un par de semanas”. En apariencia deja el
asunto de lado, aunque lo abordará al final de la entrevista. No tiene prisa.
Se toma su tiempo. Para todo. “Cuando llegué a Alemania, ni siquiera conocía el
nombre de Martin Heidegger”, cuenta. “Yo quería estudiar literatura alemana. De
filosofía no sabía nada. Supe quiénes eran Husserl y Heidegger cuando
llegué a Heidelberg. Yo, que soy un romántico, pretendía estudiar literatura,
pero leía demasiado despacio, de modo que no pude hacerlo. Me pasé a la
filosofía. Para estudiar a Hegel la velocidad no es importante. Basta con poder
leer una página por día”. El esclavo de hoy es el que ha optado por el
sometimiento. Uno se ve libre y se explota a sí mismo hasta el colapso.
Cualquier
cosa menos volver a la metalurgia que había dejado en Corea. “Al final de mis
estudios me sentí como un idiota. Yo, en realidad, quería estudiar algo
literario, pero en Corea ni podía cambiar de estudios ni mi familia me lo
hubiera permitido. No me quedaba más remedio que irme. Mentí a mis padres y me
instalé en Alemania pese a que apenas podía expresarme en alemán”.
Inició un
proceso de aprendizaje del idioma y de nuevas materias que le permitieran
comprender los problemas que aquejan al hombre de hoy. Explicarlo es el
objetivo de sus libros. A diferencia de lo que ocurría en tiempos pasados,
cuando el mal procedía del exterior, ahora el mal está dentro del propio
hombre, subraya Han: “La depresión es una enfermedad narcisista. El narcisismo
te hace perder la distancia hacia el otro y ese narcisismo lleva a la
depresión, comporta la pérdida del sentido del eros. Dejamos de percibir la
mirada del otro. En uno de los últimos textos que he escrito insisto en que el
mundo digital es también un camino hacia la depresión: en el mundo virtual el
otro desaparece”. ¿Hay posibilidades de vencer ese estado depresivo? “La forma
de curar esa depresión es dejar atrás el narcisismo. Mirar al otro, darse
cuenta de su dimensión, de su presencia”, sostiene. “Porque frente al enemigo
exterior se pueden buscar anticuerpos, pero no cabe el uso de anticuerpos
contra nosotros mismos”. Para precisar lo que sugiere recurre a Jean
Baudrillard: el enemigo exterior adoptó primero la forma de lobo, luego fue una
rata, se convirtió más tarde en un escarabajo y acabó siendo un virus. Hoy, sin
embargo, “la violencia, que es inmanente al sistema neoliberal, ya no destruye
desde fuera del propio individuo. Lo hace desde dentro y provoca depresión o
cáncer”. La interiorización del mal es consecuencia del sistema neoliberal que
ha logrado algo muy importante: ya no necesita ejercer la represión porque esta
ha sido interiorizada. El hombre moderno es él mismo su propio explotador,
lanzado solo a la búsqueda del éxito. Siendo así, ¿cómo hacer frente a los
nuevos males? No es fácil, dice. “La decisión de superar el sistema que nos
induce a la depresión no es cosa que solo afecte al individuo. El individuo no
es libre para decidir si quiere o no dejar de estar deprimido. El sistema
neoliberal obliga al hombre a actuar como si fuera un empresario, un competidor
del otro, al que solo le une la relación de competencia”. Retomando la idea
hegeliana de la dialéctica del amo y del esclavo, Byung-Chul Han denuncia que
“el esclavo de hoy es el que ha optado por el sometimiento”. Y lo ha hecho a
cambio de un modo de vida escasamente interesante, “la mera vida, frente a la
vida buena”, dice, casi pura supervivencia. A cambio de eso, el hombre cede su
soberanía y su libertad. Pero lo más llamativo es que el propio amo ha
renunciado también a la libertad al convertirse en explotador de sí mismo. Ha
interiorizado la represión y se ve abocado al cansancio y la depresión. Pero el
cansancio y la depresión no se pueden interpretar como alienación, en el
sentido tradicional marxista. “Solo la coerción o la explotación llevan a la
alienación en una relación laboral. En el neoliberalismo desaparece la coerción
externa, la explotación ajena. En el neoliberalismo, trabajo significa
realización personal u optimización personal. Uno se ve en libertad. Por lo
tanto, no llega la alienación, sino el agotamiento. Uno se explota a sí mismo,
hasta el colapso. En lugar de la alienación aparece una autoexplotación
voluntaria. Por eso, la sociedad del cansancio como sociedad del rendimiento no
se puede explicar con Marx. La sociedad que Marx critica, es la sociedad
disciplinaria de la explotación ajena. Nosotros, en cambio, vivimos en una
sociedad del rendimiento de autoexplotación”. El hombre se ha convertido en un animal laborans, “verdugo
y víctima de sí mismo”, lanzado a un horizonte terrible: el fracaso.
Como todo
buen romántico, Han encuentra la solución en el amor. Hay que negar el presente
represivo y aceptar la existencia del otro y, de su mano, la posibilidad del
amor. Un buen ejemplo es la película Melancolía, de Lars von Trier.
En ella aparece Justine, un personaje deprimido “porque es incapaz de amar. La
depresión aparece como una imposibilidad de amor. Pero Justine alcanza a salir
de la depresión gracias a la aparición de un planeta que va a destruir la
Tierra. Es la amenaza de esa catástrofe la que le permite curarse de la
depresión porque la hace capaz de percibir la existencia del otro. Primero, el
otro es el planeta y luego los demás. Y al salir de la depresión se siente
capaz de amar, de recuperar el sentimiento del eros”. Y es que “el eros es la
condición previa del pensamiento. Sin el deseo hacia un ser amado que es el
otro, no hay posibilidad de filosofía”.
Mientras
Grecia y España están en ‘shock’ por la crisis, se endurecen la competencia
descarnada y los despidos.
Hay una
relación directa entre eros y logos que pasa por descubrir al otro. Sin eso no
hay posibilidad de verdad. El eros tiene una relación vital con el pensar. El
logos sin eros sería pensamiento puro. Así termina La agonía
de Eros, recuerda: “El pensamiento en sentido enfático comienza bajo
el impulso de eros. Es necesario haber sido amigo, amante para poder pensar.
Sin eros, el pensamiento pierde la vitalidad y se hace represivo”. Ahí está el
ejemplo de Alcibíades, que accede al conocimiento gracias a la seducción que
Sócrates ejerce sobre él. “Siempre se había pensado que el eros estaba
excluido, pero es condición para el pensamiento”, insiste. “Es el amigo el que
introduce una relación vital que hace posible el pensar”. Por el contrario, “la
falta de relación con el otro es la principal causa de la depresión. Esto se ve
agudizado hoy en día por los medios digitales, las redes sociales”. La soledad,
la incapacidad para percibir al otro, su desaparición.
No hay, sin
embargo, que confundir la seducción con la compra. “Creo que no
solo Grecia, también España, se encuentran en un estado de
shock tras la crisis financiera. En Corea ocurrió lo mismo, tras la crisis
de Asia. El régimen neoliberal instrumentaliza radicalmente este estado de
shock. Y ahí viene el diablo, que se llama liberalismo o Fondo
Monetario Internacional, y da dinero o crédito a cambio de almas humanas.
Mientras uno se encuentra aún en estado de shock, se produce una neoliberalización
más dura de la sociedad caracterizada
por la flexibilización laboral, la competencia descarnada, la
desregularización, los despidos”. Todo queda sometido al criterio de una
supuesta eficiencia, al rendimiento. Y, al final, explica, “estamos todos
agotados y deprimidos. Ahora la sociedad del cansancio de Corea del Sur se
encuentra en un estadio final mortal”.
En
realidad, el conjunto de la vida social se convierte en mercancía, en
espectáculo. La existencia de cualquier cosa depende de que sea previamente
“expuesta”, de “su valor de exposición” en el mercado. Y con ello “la sociedad
expuesta se convierte también en pornográfica. La exposición hasta el exceso lo
convierte todo en mercancía. Lo invisible no existe, de modo que todo es
entregado desnudo, sin secreto, para ser devorado de inmediato, como decía
Baudrillard”. Y lo más grave: “La pornografía aniquila al eros y al propio sexo”.
La transparencia exigida a todo es enemiga directa del placer que exige un
cierto ocultamiento, al menos un tenue velo. La mercantilización es un proceso
inherente al capitalismo que solo conoce un uso de la sexualidad: su valor de
exposición como mercancía.
Lo propio
ocurre en la exigencia de transparencia en la política: “La transparencia que
se exige hoy en día de los políticos es cualquier cosa menos una demanda
política. No se pide la transparencia para los procesos de decisión que no
interesan al consumidor. El imperativo de transparencia sirve para descubrir a
los políticos, para desenmascararlos o para escandalizar. La demanda de
transparencia presupone la posición de un espectador escandalizado. No es la
demanda de un ciudadano comprometido, sino de un espectador pasivo. La
participación se realiza en forma de reclamaciones y quejas. La sociedad de la
transparencia, poblada de espectadores y consumidores, es la base de una
democracia del espectador”.
La
exigencia de transparencia, acompañada del hecho de que el mundo es un mercado,
hace que los políticos no acaben siendo valorados por lo que hacen, sino por el
lugar que ocupan en la escena. “La pérdida de la esfera pública genera un vacío
que acaba siendo ocupado por la intimidad y los aspectos de la vida privada”,
afirma. “Hoy se oye a menudo que es la transparencia la que pone las bases de
la confianza. En esta afirmación se esconde una contradicción. La confianza
solo es posible en un estado entre conocimiento y no conocimiento. Confianza significa,
aun sin saber, construir una relación positiva con el otro. La confianza hace
que la acción sea posible a pesar de no saber. Si lo sé todo, sobra la
confianza. La transparencia es un estado en el que el no saber ha sido
eliminado. Donde rige la transparencia, no hay lugar para la confianza. En
lugar de decir que la transparencia funda la confianza, habría que decir que la
transparencia suprime la confianza. Solo se pide transparencia insistentemente
en una sociedad en la que la confianza ya no existe como valor”. Un ejemplo de
esta contradicción es el Partido Pirata que se presenta a sí mismo
como el de la transparencia, lo que en realidad equivale a una propuesta de
despolitización. “Se trata, en realidad, de un antipartido”, afirma Han.
Y se ha diluido
también la “verdad”, porque en la sociedad de la transparencia lo que importa
es la apariencia. Parte de su discurso recuerda el de los situacioncitas
franceses de los sesenta, que sostenía que la historia podía explicarse por el
predominio de los verbos que explican las cosas. En la antigüedad, lo
importante era el ser, pero el capitalismo impuso el tener. En la actual
sociedad del espectáculo, sin embargo, domina la importancia del parecer, de la
apariencia. Así lo resume Han: “Hoy el ser ya no tiene importancia alguna. Lo
único que da valor al ser es el aparecer, el exhibirse. Ser ya no es importante
si no eres capaz de exhibir lo que eres o lo que tienes. Ahí está el ejemplo de
Facebook, para capturar la atención, para que se te reconozca un valor tienes
que exhibirte, colocarte en un escaparate”. Y el mundo de la apariencia se
nutre de las aportaciones de los medios de comunicación. Pero hay una gran
diferencia entre el saber, que exige reflexión y hondura, y el conocer, que no
aporta verdadero saber. “La acumulación de la información no es capaz de
generar la verdad. Cuanta más información nos llega, más intrincado nos parece
el mundo”.
Fuente:
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/03/18/actualidad/1395166957_655811.html